En un gesto que nos recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén, el Papa Francisco se presentó en la Basílica de San Pedro con una sencillez y humildad que nos conmueve. Sin el boato y la pompa que a menudo acompañan a los líderes religiosos, el Papa se despojó de todo excepto de su fe y amor a la Iglesia.
Su figura frágil y silenciosa, vestida de civil y con un modesto poncho sobre sus hombros, nos habla de una autoridad que no se impone con el poder, sino que se entrega con vulnerabilidad. En este sentido, el Papa Francisco nos muestra que la verdadera fuerza de un líder no reside en su capacidad para dominar o controlar, sino en su capacidad para servir y entregarse.
En la víspera del Domingo de Ramos, estamos invitados a contemplar este signo profético: el verdadero discípulo es aquel que, incluso revestido de autoridad, se deja conducir por Dios, sin máscaras ni vanidades. La imagen del Papa Francisco nos recuerda que la humildad es la clave para seguir a Jesús en el camino de la cruz.
Que la sencillez y la humildad del Papa Francisco nos inspiren a entrar en la Semana Santa con un corazón más humilde, más libre y más dispuesto a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Que su ejemplo nos recuerde que la verdadera autoridad reside en la capacidad para servir y entregarse, y que la humildad es la clave para encontrar la verdadera libertad y la paz.
